Los lunares pueden ser rosados, morenos o marrones. Pueden ser planos o elevados. Generalmente son redondos u ovalados y de un tamaño no mayor al de una goma de borrar.
Los lunares comunes adquiridos se encuentran en cualquier parte del cuerpo y mayormente en personas de piel clara. Su aparición se debe, por lo general, a la exposición al sol. Hay que prestarles atención para ver si cambian de forma o de color con el tiempo.
Los lunares atípicos son más grandes que los comunes y pueden ser lisos o rugosos. Tienen un tono beige o marrón y pueden aparecer solos o agrupados. Se recomienda examinarlos habitualmente porque incrementan el riesgo de melanoma.
Los lunares congénitos pueden ser redondos u ovalados y la coloración puede ser desigual. Aparecen en los recién nacidos y su aparición tiene que ver con la genética. Si hay tendencia en la familia, aumenta la probabilidad de que se manifiesten.
Los lunares spitz aparecen normalmente en los chicos entre los 3 y los 13 años de edad. El lugar donde se ubican habitualmente es el rostro o la cabeza. Son lisos y benignos y por eso no se recomienda eliminarlos, salvo que tengan una tonalidad rojiza o elevaciones. También se los conoce como lunares de células fusiformes.
Los lunares con aureola se forman con una lesión y lo que los distingue es que tienen una aureola blanca alrededor, efecto de la despigmentación de la piel. Suelen ser inofensivos y con el tiempo hasta pueden desaparecer.
El melanoma es la complicación principal de los lunares. Algunas personas tienen mayor riesgo por cuestiones genéticas. Pero además, entre los factores que aumentan el riesgo de melanoma podemos mencionar:
- Cuando tienen gran tamaño
- Cuando los lunares son poco comunes
- Cuando la persona tiene muchos
- Cuando hay antecedentes familiares de melanoma
En esta nota podés leer más información sobre cómo distinguir los lunares comunes de los malignos.